LA PESCATERA ME DA MIEDO


Le tengo miedo al carnicero. Y a la chica que me vende el salmón en Alcampo también. Pánico. Más que miedo es pánico. Mi Maruja trata de ayudarme a veces pero, a pesar de eso, creo que ni avanzo ni avanzaré en lo de la carne y el pescado.

El pánico se apodera de mí nada más salir de casa. En cuanto cojo el bolso y bajo a la calle empiezo a ponerme nerviosa. Últimamente hasta ensayo delante del espejo, repito en voz alta qué voy a decir. Bueno, pues ni con eso funciona. Y es que, creo que ya os lo conté en el primer post (ASÍ EMPEZÓ TODO. EL DÍA EN QUE CONOCÍ A MI MARUJA), hay una pregunta que me provoca sudor frío, me sube la tensión y me hace temblar las piernas. No, no es la de ‘¿cuántos años tienes?’. Tampoco es la de ‘¿y tú, no te casas?’. No.

 

A mí lo que me da miedo es que el carnicero me pregunte ‘¿qué le hago al pollo?’

Pero es que, además, la dificultad aumenta si pido pescado.

-¡El vinticinco!, dice la pescatera

-¡Yooo!

-¿Qué le pongo?, señora

(¿Señora?, ¿señora? ¡Eso vas y se lo dices a tu madre!)

-Medio salmón, por favor.

-¿Y cómo lo quiere?

-¿Cómo?

-¡Que cómo lo quiere!

(¡¿Pues cómo lo voy a querer?! ¡Lo quiero muerto, bien muerto!, como dice mi amiga Alba. ¿No me lo podría dar cocinado y puesto en el plato?)

-Pues le quitas la tripa y punto.

-¿Quiere la cabecica?

Y ahí empiezo a ponerme nerviosa y tartamudear, pero hago como que no he oído la pregunta para que me dé tiempo a pensar la respuesta.

¡La cabeza! ¿Para qué quiero yo la cabeza de un pescado muerto? Si con la mía no doy abasto, ¿me va a ayudar una cabeza de salmón?, ¿si le quito los ojos, las envuelvo en una hoja del SEF y hago vudú podré conseguir una entrevista de trabajo?

Empiezo a mirar los mejillones en la otra punta del mostrador, me doy media vuelta buscando al Señor de la Perilla. Incluso a veces me agacho para simular que me ato los cordones de los zapatos.

-Señora, ¿le pongo la cabecica o no? (¡Y dale con lo de señora!)

(La cabecica, ¿para qué quiero yo la cabecica? Y, ¿por qué la llama cabecica si es del tamaño de una ensaimada de Mallorca?)

– Maruja, ¿qué hacemos, queremos la cabeza o no? ¡Maruja, di algo!

-Sí, sí, pónmela (Si el pescado venía con cabeza, dámela que es mía. Ya veré qué hago con ella. Digo yo que me puede servir para hacerme un broche para la solapa. A las malas la puedo colgar en una pared del salón)

Pero la pescatera no es tonta, y yo sé que ella sabe que no tengo ni idea. Así que estoy convencida de que en lugar de salmón acaba siempre dándome boquerones con sus correspondientes cabezas.  

Coño, se me olvidaba, tengo el fuego encencido. ¡Marujaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaa!         

 

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